Tendió un puente entre culturas para el entendimiento y abrió el camino hacia el pasado y el presente de África, y por ende, a la verdad oculta de mi propia historia
Fondo Kati
Manuscritos en el Sahara, filtración de cultura andalusí, gobierno de moriscos, todo aquello me
resultaba desconocido, no comprendía como toda aquella historia que tan de cerca nos tocaba podría
haber sido completamente ocultada y tergiversada. Me sentí engañado y, frente a tan molesta situación,
siempre reacciono con ganas de aprender y desmontar falsedades. Dos años antes este señor había dado
a conocer al mundo la reunificación de una biblioteca que los especialistas franceses habían dado por
desaparecida durante el siglo XIX. Desarrollaba además Ismael Kati una narrativa peculiar que pronto
hizo saltar la suspicacia de los historiadores españoles. Los descendientes del penúltimo rey godo,
Witiza, se habrían islamizado a lo largo del siglo VIII para pasar a engrosar, no el grupo de los muladíes,
cristianos conversos, sino el de baladíes, auténticos árabes de origen, merced a que el matrimonio de
sus miembros con los inmigrantes de oriente les garantizaba la continuidad de sus privilegios y el acceso
al poder. Desde aquel momento, los Banu al-Quti, hijos del godo, dejaron una línea genealógica que nos
conduce a la ciudad de Toledo a mediados del siglo XV, cuando un juez de la morería tuvo que partir al
exilio con sus manuscritos para instalarse en el puerto caravanero de Gumbu y tomar por esposa a una
princesa soninké. Con suficientes personajes ilustres, hagiógrafos, jueces y alcaldes, el linaje pudo
conservar en Malí una fabulosa colección de manuscritos durante cinco siglos, hasta la mencionada
reunificación llevada a cabo por quien se declaraba último eslabón de la estirpe, Ismael Kati,
salvándolos así de la rapiña de coleccionistas y mercaderes. Los manuscritos de Fondo Kati presentan
una peculiaridad con respecto a las demás bibliotecas del Sahara: al haber sido siempre una biblioteca
familiar, los libros muestran anotaciones marginales que atestiguan la procedencia toledana, la
propiedad, así como una completa saga de siglos de grave inestabilidad en el entorno del delta interior
del río Níger. Comencé a estudiar historia de África con autores franceses e ingleses y, a los pocos
meses, fui hasta Tombuctú en busca de un historiador y una biblioteca, con objeto de escribir un breve
artículo, como ya había hecho con otros temas; pero allí encontré a un poeta, un hombre sensible
acuciado por la doble amenaza independentista y yihadista que ya por entonces se cernía como un mal
presagio sobre Tombuctú y alrededores. Como me pasó con la pintura suwer, el resultado de todas
aquellas novedades fue que, al sentirme yo mismo en completa ignorancia tan solo unos meses antes y
ver que mis conciudadanos suelen desconocer, y lo que es peor, despreciar las culturas de los africanos,
y además comprobar la ausencia de publicaciones especializadas en castellano, me propuse escribir una
completa historia de África Occidental que contuviera la narrativa que Ismael Kati ponía sobre el
tablero, por su relevancia cultural y el provecho que podría suponer en España. En aquel momento, no
imaginaba la dimensión real de mi proyecto.
Hilván, Fondo Kati, testigo del exilio ibérico de Tombuctú
Lectura de un poema en Radio Mali: Dodo
con Alí Farka a la guitarra e Ismael Diadié Haidara como rapsoda.
Texto Ismael Kati
Los textos escritos por Ismael Kati.
Nada impide, sin embargo,
que entre risas se diga la verdad.
Horacio, Sátiras, Libro I
Ciertamente
frecuenté el Timeo y algunos tratados del mismo Aristóteles cuando era joven y
todavía creía que nosotros, pobres seres vivos cuyo paso por esta tierra no
está libre de cuidados, algo podríamos saber sobre nosotros mismos, sobre
nuestros orígenes y nuestro fin último. No nos ocupamos de estas cosas más
que en los momentos en que ni la hierba ni el agua nos preocupan y el pasto
es bueno.
Así pues les hice comprender que el hombre no sabe y que no sabe que
no sabe. Únicamente la ignorancia de su ignorancia le ha llevado a llamarse a
sí mismo homo sapiens aunque no vaya por el mundo con ciencia ni con
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sabiduría, siendo aquella el resultado de esta. En lugar, pues, de conversar
sobre esas obtusas cuestiones insolubles que en vano han torturado el alma de
los hombres, he preferido hablarles de nosotros, aquí, sobre esta tierra. Es muy
difícil, les dije, no hacer algunas observaciones, punzantes para todo corazón
no humano, que atestigüen nuestra opinión sobre nosotros mismos en esta
hora funesta en que presentimos la llegada de un día en que el sol bien podría
elevarse sin un solo carnero en esta tierra que tan clemente podría ser sin
hombres.
La tragedia de una época es felicidad para el lenguaje; de ningún modo
mil poetas de nuestra raza podrían cantar si la desgracia no llamase a su
puerta. No hago aquí elogio alguno de la desdicha y de las lágrimas que
inspiran cualquier corazón. Únicamente digo que dan alas a lo mejor y lo peor
que tenemos: nuestro lenguaje. Grande es nuestro infortunio y no me morderé
la lengua. Desde que tengo memoria, jamás he visto morir a ningún cordero de
una buena muerte. Casi todo ahí quedaría dicho en pocas palabras si, para la
comprensión de un destino, no tuviese que añadir algunas más que mostrasen
en ciertos aspectos el camino que a cada uno de nosotros nos lleva desde el
día del nacimiento al otro nunca lejano de la muerte.
Nosotros los que, al igual que los bípedos, nos arrastramos bajo el sol,
pero a cuatro patas, nos diferenciamos unos de otros en que mientras unos
viven libres en la vasta naturaleza, otros se sirven del hombre y a cambio
sirven al hombre. Los corderos pertenecemos a la segunda clase de seres
vivos sobre esta tierra. El hombre nos sirve y se sirve de nosotros. Que ningún
cordero, por tanto, se engañe sobre la bondad del hombre. ¡El hombre, ése
que os tiene bien atados, que os trae hierba tierna, agua y, a veces, sal para
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que podáis lamerla! Imbécil quien se confunda. El hombre al manteneros no lo
hace por el orgullo de poseer uno de los más hermosos y gordos corderos del
lugar, lo que mantiene con vosotros es su apetito. ¡El hombre es carnívoro!
Trata al cordero como si él no fuese más que un humilde servidor suyo. Pero
un día, en lugar de aparecer con la hierba tierna, el agua y la sal, tiene un
cuchillo en la mano y en un instante el servidor cariñoso se transforma en un
asesino sin piedad. ¡Un cuchillo! Aunque deis balidos o cornadas, siempre se
apodera de vosotros ayudado por carnívoros como él; los hombres son siempre
más numerosos que los corderos y ¿qué es un cordero que va a morir al lado
de hombres a quienes desbordan el apetito y la sed de sangre? Os derriban y
os degüellan. No voy a entrar en detalles de este asesinato. Son como las
hienas. Os devoran. ¿He dicho como hienas? No, por los dioses de los
corderos, ¡no! La hiena os busca y os devora cuando tiene hambre. Es franca,
no le gustamos sino para devorarnos. Por contra el hombre muestra un extraño
amor que siempre termina con vuestra muerte. Es como si llegase a destruir
todo aquello que ama. No acabo de ver lo que en él separa el amor del odio.
Un hombre puede amar a un cordero con un amor sincero y atestiguarle todo
su afecto y un día después, como sólo un enemigo sabe hacer con otro
enemigo, matarte sin una sola lágrima en los ojos. ¿Qué mirada hay más tierna
que la de un corderillo? Él, sin embargo, lo mata y devora su cabeza y los dos
ojos y los huesos mismos. ¿Y qué decir de su pobre y tierna carne? ¡Morir
antes de abandonar el pecho materno, morir abatido por aquellos mismos que
os dan de comer, os lavan, os acarician, os miman!
Los hombres, y esto podría sorprenderos y afligiros tanto como todo lo
que he dicho, tienen un gremio de carniceros, tienen cocineros y criados que
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trabajan en servir lo que los cocineros han cocinado con su propio arte. Los
carniceros son aquellos cuya función es asesinarnos. Les tienen sin cuidado
nuestros gritos y las miradas que cruzamos con las de nuestras esposas e
hijos. La familia entera llora, tiembla. No hay remedio alguno. Os han derribado
y la sangre sale a borbotones. Despedazan vuestros cadáveres, a veces bajo
la mirada de vuestros hijos o a pocos metros del establo donde habéis nacido,
en donde amasteis por primera vez y concebisteis a vuestro primer hijo, que
será igualmente derribado como cualquier otro carnero. Os convierten en filetes
de carne kocher, hallal, alimentación biológica… ¡No les faltan a los hombres
las palabras! Ahí sobre esos filetes de carne es en donde interviene el cocinero
con sus pantalones blancos, su casaca blanca, su gorro blanco, blanco ―¡Dios
mío!― como la inocencia en las blancas avecillas. Os cortan en trozos más
finos, os lavan los restos de sangre y os ponen al fuego, a veces en vuestra
misma grasa, para cocinaros. Tienen mil maneras de hacerlo, marinados o a la
parrilla. Para formar su paladar han inventado toda clase de viandas: carne con
cacahuetes, salsa de carne a los doce sabores, carne en su jugo con arroz,
carne con hojas de acedera… ¡es para partirse el corazón! No hay un solo
bípedo en las calles de Tombuctú a quien esto no le enloquezca. Cuando deis
cien pasos, mirad a izquierda y derecha —ya sé que lleváis siempre la cabeza
gacha para no cruzar la mirada con la de vuestros asesinos pero, puesto que
esas miradas de vuestros asesinos son inevitables, intentadlo— y veréis al
borde de los caminos a algunas de esas sucias y malolientes personas
apostadas junto a los fogones.
Dos amantes quieren ir a las dunas para hacer lo que los adultos:
desnudarse, tirarse al suelo, ponerse los dos a jadear… ¡Necesitan algunos
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trozos de carne! Nueve meses después un niño viene a esta tierra para morir,
al igual que todos los nacidos; se precisan algunos trozos de carne. Los
ladrones de esta ciudad, sus advenedizos, sus lameculos, sus santos, sus
gobernantes, sus jefes religiosos, sus buenas mujeres y sus amantes… ni uno
solo con un nombre que no apeste a sangre derramada. E incluso el día en que
el niño, ese trozo de carne desdentada, comienza a hacer amigos no los recibe
sino con un vaso de té y un plato de carne. No me sorprende verlos con más
de cincuenta años contoneándose como patos y quejarse ya sea del corazón,
ya de la hipertensión arterial, de la gota o de tantas otras enfermedades. Es la
venganza de nuestra carne que un día acabará derribándolos de igual manera
que ellos siempre nos han derribado. A nosotros nos repugna cualquier carne,
pero ellos serán dados en pasto a los gusanos de la tierra o a las aves
carnívoras, como ellos. Y lo que es ya el colmo, las fiestas de los hombres no
se celebran más que con el degüello de un cordero. Los gozos de los hombres
tienen las manos manchadas, lo mismo que sus oraciones y tristezas. ¿Qué
más hay que decir? Sólo salimos del establo para el matadero. De ese modo
nuestro destino está trazado desde que nuestra vida se enlazó con la de los
hombres
Apenas había terminado esta larga perorata —que algunas cabras,
barbudas como marxistas, de trato un tanto excesivo con los hombres,
compararon con las diatribas de un tal Cicerón que no brilló más que por la
retórica, algo no muy halagador—, cuando una mata de hierba, despreciable
por tamaño, aroma y textura, acertó a decirme: “carnero de grandes cuernos,
¿acaso no te comportas con nosotras del mismo modo que los hombres
contigo”. Hay observaciones que son como una bofetada. Yo ni siquiera les
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concedía un alma a esas hierbas que parecían creadas únicamente para llenar
nuestro estómago. Desde esta mañana no he comido preguntándome si no
hemos sido creados más que para devorarnos los unos a los otros, lo que es
terrible, pero aunque así fuese no creo haberme equivocado con respecto al
hombre, sus apetitos y nuestro destino pero, ¡quién sabe! La verdad de unos
sólo comienza donde acaba la de los otros.
Tombuctú, Ciudad del Cabo, Diciembre 2011
Mi padre al morir no me dejo ni extensas tierras, ni oro en abundancia, lo único que me dio en vida fue la custodia de la memoria familiar que debería transmitir a otras generaciones;
El mundo acogió entre perplejo y admirado la noticia de la existencia de esta biblioteca
que llamaríamos Fondo Kati traduciendo del árabe al castellano el nombre que tenía entre los
familiares, Hizanat Ka’ti. Escritores como Amín Maalouf, Juan Goytisolo, José Saramago,
Antonio Muñoz Molina y varios políticos de Malí, Francia y Portugal, firmaron un manifiesto
para la defensa de esta biblioteca, apoyando el llamamiento de José Ángel Valente y de mí mismo.
Se trata de la biblioteca del historiador Mahmud Kati, cuyo Tarikh al-Fettash se edita
hoy bajo los auspicios de la Unesco. Esta biblioteca empezó a formarse en África tras el exilio de
su padre, un godo islamizado de nombre Ali b. Ziyad al-Quti de Toledo, descendiente de la
familia del rey Witiza, quien se casó con la sobrina del rey Sunni Alí el Grande, la princesa
Khadiya Sila, hermana mayor del futuro emperador Askia Muhammad. Esta biblioteca cuenta con
12.714 manuscritos y más de 7000 textos escritos en sus márgenes por los Kati que vivieron hasta
hoy a pesar de las miles de desventuras que conoció la familia a lo largo de la historia, desde la
invasión de la horda morisco-beréber del sultán saadí dirigida por el cuévano Yawdar Pachá hasta
la ocupación de la ciudad de Tombuctú por los islamistas de Ansar ad-Din hace dos años, pasando
por el tiempo de los peul de Masina. Siempre la biblioteca vivió bajo la amenaza y, para salvarse,
tuvo que dispersarse antes de reunificarse de nuevo, como de milagro.
Pues este libro que por fin tenemos en mano describe las venturas y desventuras de esta
biblioteca a lo largo de los siglos. Uno sigue esta historia de dispersiones- reunificaciones de
manuscritos a los que una familia se aferra como a su única patria, siguiendo otras historias que la
hilvanan: la de África y la del propio autor y de su esposa, quienes salieron de su Málaga natal en
busca de esta biblioteca de los Quti o Kati de Tombuctú. En el libro, el lector encuentra tres
historias tejidas y bien presentadas: la historia de los manuscritos y la estirpe que la custodió; la
historia de una vivencia, la del autor que fue tras estos manuscritos; y la historia de África, que
proporcionan un contexto poco conocido. Estas tres historias cuentan una sola aventura de amor,
la de un hombre a un continente tan poco conocido y, sin embargo, tan cercano.
África para muchos no tiene historia. Esto se pregona desde Hegel hasta Heidegger.
Después de leer este libro, uno puede darse cuenta del desconocimiento de estos personajes. Me
decía mi tío Hamma Muhammadun Alfa Yuba b. Ali-Gao que, si uno no se acerca a su próximo,
no lo puede conocer; si no le conoce, no le puede amar y si no le puede amar no puede convivir
con él humanamente. Este libro ha dado el paso y ayudará a todos a conocerse mejor, amarse y
convivir. Libros como este de Luis Temboury hacen falta tanto en África como en Europa, nos
enriquecen y humanizan. Pues el amor a los libros nos ayuda a amar a los hombres considerados
como ajenos y a conocerlos más y mejor, y el amor a los hombres nos hace algo más humanos.
Granada, Mayo 2014. Ismael Diadié Haidara
Corría el año 1999 cuando el investigador y poeta maliense Ismael Diadié Haidara
Sin embargo la noticia, que saltaba a los rotativos
internacionales por medio de las agencias españolas, sorprendía y llenaba
de dudas tanto a investigadores y arabistas, como a políticos y personajes
del mundo cultural. En efecto, la colección de manuscritos que se decía
existir se trataba de la mil veces buscada biblioteca de Mahmud Katí, en
cuyo hallazgo estudiosos franceses, expertos en el África Occidental
Subsahariana, se habían aplicado infructuosamente desde el comienzo de la
época colonial, dándola definitivamente por perdida.
Su propietario legítimo y reunificador, Ismael Diadié Haidara, reclamaba la
atención de las autoridades españolas para la catalogación y conservación
de un enorme corpus de unos 6.000 legajos, amontonados y guardados en
arcones y sacas de cuero en su casa de Tombuctú en condiciones
deplorables. Pero nadie, en principio, daba crédito a tan excepcional noticia.
El primer paso que había que dar, por lo tanto, era lograr el aval de
expertos que pudieran confirmar la veracidad de las afirmaciones de
Haidara, por lo que éste recurrió a John Hunwick, profesor de Historia de las
Religiones de la Northwestern University de Evanston, Illinois, quien a su
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llamada, después de visitar su domicilio y examinar el polvoriento contenido
de los cajones y anaqueles no dudó en atestiguar la autenticidad del corpus
con un artículo en “News and Events” de enero del 2000, donde calificaba la
aparición del fondo bibliográfico como “extraordinario descubrimiento” que
posibilita, no solo el desarrollo de los estudios sobre la cultura islámica en
diversos campos, sino también, y principalmente, “el estudio y comprensión
de la historia social y política de las civilizaciones y gobiernos de la Curva
del Níger del siglo XV en adelante”.
Aquí ya se ha hablado de Fondo Kati, en cuanto que biblioteca que produce los desvelos a este amigo que conocí hace doce años. En mi intervención, lo que nos interesa es dar algunas claves para abordar su poética. Me alegro mucho, querido Ismael, que ese sueño que entonces me expresabas, por poder delegar algún día responsabilidades y trabajo, puede estar hoy más cerca que nunca gracias a tantos esfuerzos, a pesar de haber sufrido la amenaza del fanatismo tan recientemente. Sin embargo, por mucha carga que suponga, nunca te librarás de ser quien eres. Deben ustedes saber que, ya entonces, quería retirarse al pueblo para sentarse a leer y pensar junto al río Níger en su remanso. Hoy, más que nunca, el carácter místico de su palabra se acentúa en una trilogía francesa, aún por traducir, cuyo primer libro se encuentra accesible aquí en Málaga en Ediciones del Genal, Une cabane au bord de l´eau.
La trayectoria poética de Ismael tiene dos etapas diferenciadas, una de juventud en la dramaturgia y la ideología, mientras cursa en la escuela INA de Bamako, en línea con el desencanto de los procesos de independencia ya entrados los ochenta, que termina mientras se convierte en historiador y se ocupa de la biblioteca reunificada. Y otra más reciente, que comienza en 2006, cuando se decide a publicar poesía de nuevo en maRemoto, de la Diputación Provincial.
En esta selección de poemas realizada sobre su mesa en Tombuctú, Las lamentaciones del viejo Tombo, ya dábamos algunas claves para desentrañar su discurso. Dos tradiciones integradas, por una parte su vivencia de la tradición sonray del río Níger como Arcadia perdida en la infancia, que supone la contemplación nostálgica del mundo mítico y animista desaparecido de las culturas africanas. Y, sobre ella, construido con los ladrillos acumulados durante una vida, la educación en la escuela occidental, primero francófona y después hispánica, en un ámbito ciertamente musulmán, pero en estrecha cercanía al pensamiento del socialismo panarabista y la escuela de sufismo representada por Tierno Bokar. Por encima de ambas tradiciones, a nadie se le debe escapar, encontramos las duras condiciones sociales de su país de origen, Malí, con recurrentes sequías, hambrunas, bandidaje y guerra, sufridas con desesperación por quien hereda un legado familiar, un tesoro, deberíamos decir, que fehacientemente le remite tanto a la estirpe de los hijos de Vitiza, en España, como a los monarcas africanos del siglo XVI y los hebreos que, enlazados al comercio, vivieron en Tombuctú.
En febrero de 2005 me dirigí, por segunda vez, a Tombuctú
Después de mucho tiempo conociendo artistas diestros en las artes plásticas ya casi
había perdido toda esperanza de encontrar textos con la suficiente calidad literaria
como para ser publicados con los estándares que imprimen Jesús Aguado y Aurora
Luque a aquello cuanto publican. Entonces, a comienzos del 2003, surgió de
repente en mi vida, como muy al hilo de los temas que me interesaban, el asunto
de la biblioteca andalusí de Tombuctú y de la persona que estaba detrás de esta
maravillosa historia de los manuscritos centenarios recuperados, el autor que hoy
presentamos, patriarca de la gran familia africana de los al-Qutí y legatario actual
de la inigualable biblioteca conocida como Fondo Kati: Ismael Diadié Haïdara.
Tuve un primer contacto con Ismael en Sevilla en febrero de 2004, durante la
celebración del I Congreso Internacional sobre los Arma, aquella estirpe africana
mestiza de origen marroquí, descendiente de los soldados que atravesaron el
desierto y conquistaron el imperio Songhay en 1591 bajo el mando del general
Yawdar Pashá, oriundo de Cuevas de Almanzora. Allí le mostré mi interés y recabé
su colaboración para escribir un libro que divulgase toda la historia de los
manuscritos y de la familia que los custodió hasta nuestros días. Con posterioridad
tuvimos un par de contactos más en Andalucía, antes de que volviese a Tombuctú a
comienzos de otoño, donde quedamos en reunirnos en solo unos pocos días.
Cuando llegué por primera vez a su casa tuve la oportunidad de conocer
verdaderamente la personalidad de quien, en un principio, estaba requiriendo
ayudas por España para la salvaguarda de la sin par biblioteca, motivo del viaje.
Allí, en España, Ismael era conocido como recopilador de manuscritos, investigador,
ensayista e historiador, autor de numerosos artículos y libros; aquí, en la Ciudad
Misteriosa, nada más que tuvimos la ocasión de conversar en su despacho durante
algunas horas, desplegaba abiertamente su faceta de creador, poeta y filósofo,
géneros que tenía relegados a un cierto abandono dada la enorme cantidad de
trabajo que generaba la biblioteca familiar desde que él se hiciera cargo de su
enésima reunificación. Su dimensión humana, su esposa, sus amistades, sus
escritos amontonados sobre las mesas de trabajo, la sorprendente cantidad y el
estado de los manuscritos centenarios, todo me causó una fuerte impresión. En
aquellos momentos recordé emocionado el encargo casi olvidado de Jesús Aguado:
este hombre sí que debe tener una obra digna de ser publicada, pensé; seguro que
esconde buenos poemas entre sus folios. Aproveché la ocasión para explicarle las
características de la colección que dirigían Jesús y Aurora y le sugerí la posible
publicación de un volumen con sus poesías. Quedamos en que hablaría con los
editores, a quienes propondría el proyecto a mi regreso. Estuvimos apenas unos
pocos días más en Tombuctú y volvimos a Málaga con la sensación de dejar muchos
asuntos pendientes, no sin antes terminar nuestro recorrido por el inmenso país de
Malí.
Mucho tiempo transcurrió antes que la palabra finalmente adoptara forma corpórea sobre hojas de papiro y quedara raptada e inmutable,
cuervos y zorras personificadas compusieron sus fábulas no solamente en la tradición literaria grecolatina sino en los muy diversos relatos de las ricas culturas trasmitidas por medio del texto oral. Bastante más tarde, impuesta la unicidad del Dios, a partir del siglo octavo los mercaderes y transportistas del Sahara llevaron el islam igualitarista de los jariyitas hasta la orilla septentrional del río Níger, construyendo pequeños núcleos urbanos en alianza con los reyes locales. Como consecuencia de estos contactos comerciales, mientras Carlo Magno acuñaba con oro de las colinas de Guinea a través del Califato de Córdoba, los príncipes negros comenzaron a consultar códices árabes transcritos en las antiguas bibliotecas bizantinas del Mediterráneo. Irremediablemente, en África Negra las leyendas de serpientes sagradas, simios mentirosos y gacelas locuaces, acabaron por formar un mismo cuerpo con las gestas de Alejandro Magno y los compendios de los pueblos semitas, de forma que la milenaria problemática entre pastores y agricultores regresó transformada como en un bucle hasta el lugar de origen. Mujeres y hombres negros, —Kamitas, hijos de Kam—, “idólatras politeístas” de acuerdo al texto sagrado, fueron condenados por el Dios único a tostarse bajo el sol de las últimas regiones y sufrir como esclavos por los tiempos sin posibilidad de redención, hasta que en la frontera del siglo XVII un sabio de Tombuctú, Ahmed Babá, levantara la voz en los palacios de Marrakech en defensa de sus hermanos.