Francisco Mayorga

Ha podido representar el espíritu del bosque, el brillo de la ciudad, la sombra del rascacielos, no en sí mismas, sino en la bruma vacía que los envuelve

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Francisco Mayorga

Tomando unas cervezas en una inauguración del Colectivo Palmo conocí a Francisco Mayorga, alguien que estaba fuera de la pancromática figuración imperante, pero que todavía encontraba espacios para exponer. Lo que me sorprendió de su trabajo fueron sus técnicas artesanales y no lo que pintaba, sino lo que dejaba sin pintar, quiero decir, las superficies vacías cubiertas con capas de veladura. Por aquellos días yo andaba leyendo sobre la utilización del vacío en la pintura china desde el punto de vista estético y filosófico y enseguida advertí la estrecha relación. Las relaciones mutuas y la afinidad intelectual con Paco hicieron surgir una relación estrecha que pronto me condujo a visitar con frecuencia su casa/estudio, donde pasábamos horas interminables hablando de arte y música. Paco vivía en la planta de los antiguos lavaderos y palomares de un piso del siglo XIX, y una primavera un pequeño gorrión despistado se quedó a vivir en su casa. Sin duda pensaría que Paco sería su mamá, desde el primer día lo alimentó con esmero y revoloteaba del sofá a su hombro, pidiendo alpiste cada rato. Con el pasar de los años se demostró que la crítica no supo apreciar aquella obra ajena a las modas, delicada, paciente y profunda, y Paco se fue a vivir a El Burgo, donde los bosques y la bruma de las alturas pasaron a ocupar su imaginación.
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Ensayo Francisco Mayorga

LA MONTAÑA Y EL PALOMAR