Ha podido representar el espíritu del bosque, el brillo de la ciudad, la sombra del rascacielos, no en sí mismas, sino en la bruma vacía que los envuelve
LA MONTAÑA Y EL PALOMAR
Durante largas conversaciones con Francisco Mayorga, no dudaba en reconocer su débito y admiración hacia el arte producido en los países del oriente asiático en sus primeros paisajes del 82. Pero no será hasta la presentación de las últimas obras, de acabada factura, cuando cobra sentido este pequeño ensayo que intenta iluminar su vida y parte de su obra como un todo indisoluble, tal como se concibe al artista a la luz de la antigua estética china. Tratamos con un pintor que intencionadamente se sitúa fuera de los ritos y modas que impone la dinámica de mercado de la pintura contemporánea.